domingo, 2 de junio de 2013

Narrando la decadencia


Yacía apaleado en la esquina más penumbrosa de aquel bar entre otros tantos bares que por la noche acogen a gente anónima. Bebía de una fría cerveza con la frente marchita y el rostro hundido en su pecho lastrado por tanta nostalgia, tanto odio, tanto rencor, tan poco perdón que querer repartir, tan herido como apaleado. Ya había pasado exactamente dos años desde que se hizo un bebedor anónimo que regenta antros húmedos con suficiente poca luz para asi poder pasar desapercibido.
Quejumbroso y errante buscaba desaparecer y difuminarse algún día, por fin, en los focos borrosos de las ciudades allá en el horizonte, de donde huyó.

Lo perdió todo, su vida, su trabajo, su familia, algunos amigos, su chica, la cual le dolía desde hacia más de un año, de forma punzante, desangrando su espíritu.
En apenas dos años, se convirtió en un fantasma, su cuerpo se había convertido en el mero soporte lastimero de alguien permanentemente abatido.
El alcohol no solucionaba nada, pero difuminaba aún más ese cuerpo, ese cuerpo que cada vez que se veia reflejado en un espejo gritaba lo patético que era. Al no querer verse existiendo en ese mundo tiñó su alma de luto con la bandera de la decadencia. Como dolía el aire cuando se estaba desnudo.
Sus oídos habían ido perdiendo sensibilidad, todo se iba silenciando a medida que el sonido de la música tronante devoraba sus orejas.
Su vida se tiñio del color estrellado de la noche, la vida se apagaba.

Estaba el anónimo celebrando por tercera u octava vez su fracaso en aquel tugurio peculiarmente acogedor, según como se clasifique la palabra celebrar, si era en horas, había estado en el bar por la mañana y largo rato ya por la noche, si era en copas y cervezas, iba como por la décima  celebración. El polvo flotaba en la luz y era avistado levemente por los focos que se encendían y apagaban en un simpático juego de colores.
Tenía la vejiga hinchada asi que se levantó derrotado y zigzagueante al baño.
 Dentro de esos dos metros cuadrados la vida no era mejor, a esa hora el baño estaba amarillo, con papel tirado en el suelo mezclado con orín difícil de evitar. El ya hacía mucho tiempo que ni se ponía de puntillas.
No le resultaba facil apuntar y acertar con el pene inusualmente flácido, ni con cinco retretes volando alrededor del original.
Se daba asco y sin haberse resarcido de tal espectáculo individual meándose el tobillo sin querer, se miró al espejo. Solo veía la pincelada de un rostro que parecía una cascada.
Me estás matando zizek, decía para sí mismo el anónimo, y zizek le respondía dirigiendo su voluntad hacia la bebida más cercana.

Cuando sus manos llegaron tambaleantes a su jarra de cerveza el tacto frio le erizó levemente los pelos del brazo. Estaba vacía, pidió otra.

Y otra cerveza  llego deslizándose gentilmente hasta su borrosa posición, y la mirada inquisitiva del camarero no hacia sino darle un sentimiento de agobio, le estaban juzgando. Y quien no lo haria...
Parecía como si se fuese a derrumbar de un momento a otro sobre la mojada barra, quizá era lo que necesitaba, quizá dormir para despertar en un nuevo dia, pero en esencia tan igual. Esto le daba la impresión de que si miraba al calendario, los dias se habrían borrado, como si se le negará el paso del tiempo. Y asi era, pues todos todos los dias iba a aquel tugurio, para que el líquido ámbar ahogara su alma que gritaba y gritaba. ¿Cuándo fue la última vez  que el pobre Zizek había estado sobrío?
 Ni el lo sabia pues el alcohol le había embargado poco a poco cualquier cadena que ataba los recuerdos en su orden lógico. El como medida de tiempo ya solo usaba el dinero que le iba quedando.

A veces, cuando se le gastaba, iba merodeando por los restos de fiestas callejeras para encontrar con suerte, una botella sin acabar, para poder sentarse y apoyarse en la fria pared para hablar con la luna. Esta silenciosa y espectante, observaba con rostro preocupante el interior de Zizek, y le dejaba soñar con un futuro mejor, pero dicho futuro no llegaba, solo se dejaba imaginar.

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