miércoles, 29 de enero de 2014

Raices

El árbol era inmensamente alto, casi parecía fusionarse con unas nubes que dibujaban pintorescas y divertidas formas. Era un árbol tan lleno de vida que hasta su corteza parecía tener un tinte dorado salpicado en el liquen fresco que lo habitaba. En sus ramas se encontraban multitud de cantarines pájaros que se posaban buscando una reposada y espectacular vista, una vista panorámica  del mundo, y que era tan amplia que desde ahi la curvatura de la tierra se avistaba tímidamente.

Dichos pájaros solo estaban en ese lugar de paso, pues la escalada les hacia aletear tan intensamente las alas que por muy bonita que fuera la ruta hasta la copa del árbol, hacia de un segundo intento algo imposible de realizar, pues morirían de asfixia por el esfuerzo. Y es que hasta al viento le costaba mecer esas hojas amarillentas a las que les llegaba ya su  anual otoño.
En lo más alto de ese coloso danzaba tintineante un haz de luz, el alma de ese gigante de madera conformado por liquen, hojas y pájaros. Realmente estaba vivo, sentía, soñaba y a su manera se comunicaba, aunque no lo necesitaba demasiado pues su existencia era plena allá en el cenit de todo, o eso creia a tiempo parcial.
 Se hallaba conectado con el paisaje que lo sustentaba, bebía del agua subterránea, jugaba con los animales y las criaturas del bosque que lo acariciaban pasando a su lado. Realmente no necesitaba más, aunque algo dentro de el gruñía y gritaba de desesperación,  sin saber que era lo que le atormentaba en esas noches que se hacían cada vez más iguales con el paso de los años. Su brillo se fue apagando mientras se resignaba a no cambiar nada por miedo a que ese espejismo de plenitud se rompiera.

Amanecía un día de invierno mientras un sol de color sanguinolento regaba con sus primeros rayos de luz aquel paisaje verdiazul.
 Cuando dichos rayos llegaron a las primeras raices descubiertas del árbol, este gimió y se desperezó. Al agitarse algunas hojas, cayeron describiendo una trayectoria circular, cosa que ahuyento a los pequeños roedores diurnos que andaban descansando a su más que seguro cobijo. Estos eran los últimos rezagados pues casi todo ser vivo había realizado ya su migración anual. En el mismo instante en el  que aquellos minúsculos seres salieron dando brincos de ese lugar, el árbol casi sintió que ese era el día más vacío que había vivido nunca, pese a que no terminaba de estar solo, ya que el liquen no paraba de encostrarse en él.
Y pasaron dias y hasta meses, y un pensamiento no paraba de recorrer de manera eléctrica todo su ser. No quería seguir en ese lugar, quería sobre todas las cosas descubrir lugares nuevos.
Y un buen dia se atrevió a mostrar al mundo su inquebrantable voluntad, su legendaria fuerza.

El gigante comenzó a tambalearse voluntariamente hacia un lado, y después hacia otro, hacia delante y hacia detrás, y la tierra tembló, los mares se agitaron y los pequeños humanos alzaron su vista y la dirigieron a él, dubitativos, asustados. Y el cielo se abrió mientras el viento dejaba paso a los acontecimientos y despegaba el liquen reseco de su corteza. Y, por fin, aquel árbol venció todo temor sacando sus raices de la tierra. Mientras se levantaba crujía como cien árboles más cayendo.Pero el no caía, se levantaba.

Cuando hubo desenraizado, se alzó sobre el mundo, se miró asombrado y observó como venciendo el miedo había ascendido, y como sus sueños le llevaban ahora a avanzar hacia el horizonte. Y no hacia una meta concreta, sino hacia un horizonte incierto, hacia un cambio, hacia su propia libertad. Y decidió ese mismo dia que nunca estaría otros mil años anclado en el mismo lugar, ahora, de una vez por todas, estaba viviendo.

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